El retrato de Dorian Gray, publicada en 1890 por Oscar Wilde, es una obra que
desde siempre ha suscitado una gran controversia. Duramente reprochada y
tachada de inmoral por muchos de los críticos de su época, mientras que otros
la consideran un clásico, una obra de arte. Yo me inclino más por la idea de
una novela brillante. Una cosa es segura: no deja a nadie indiferente.
La trama es muy conocida: el retrato de Dorian Gray sería el
que envejecería y él permanecería eternamente joven y cuando llegara el invierno para el cuadro, él aún se mantendría donde
la primavera tiembla al borde del verano. Lo verdaderamente fascinante y
sorprendente de esta obra son las numerosas reflexiones y los diálogos, fruto
de la avanzada y asombrosa mentalidad que Wilde, gran conocedor del crisol de pasión
y sufrimiento que es la vida humana, tenía para su época.
A pesar de la aparente inmoralidad de los personajes, de
unos principios que dan mucho de lo que hablar y unos actos aún más
despreciables si cabe, detrás de todo eso hay cierta belleza, pensamientos muy
profundos en los razonamientos más superficiales, hay mucho sobre lo que
pensar, mucho de lo que aprender. Al fin y al cabo a mi parecer se trata de una
obra que, muy lejos de empujarnos a cometer los mismos errores que su
protagonista, trata de impedirnos caer
en ellos.
Bien es verdad que en algunos momentos se me ha hecho difícil de leer, creo que porque me resulta complicado entender unas opiniones
y una forma de actuar y de entender la vida tan distinta a la mía, aunque desde
luego merece la pena su lectura.
" –Lo escribiré en mi
diario esta noche.
+ ¿El qué?
– Que a quien se quema le gusta el fuego.
+ Yo ni siquera estoy chamuscada. Mis alas están intanctas.
– Las usas para todo, excepto para volar."