“De vez
en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour bajaba hasta el lago y se
pasaba horas mirándolo, puesto que dibujado en el agua le parecía ver el
inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.”
Seda, como muy bien indica su título, es una novela ligera y
sencilla, pero a la vez brillante, suave, elegante. Trata de amor pero no el
tipo de romance que estamos acostumbrados a leer. Trata de lo que somos capaces
de hacer movidos por nuestros sentimientos, trata de insatisfacción y
melancolía, deseo y esperanza. Trata de lo que podemos perder por arriesgarnos
y también de los riesgos de dejar pasar la oportunidad.
La trama es muy simple: Hervé Jancour vive en un pueblecito
de la Francia de mediados del s.XIX y se dedica a comprar y vender gusanos de
seda. Tiene un trabajo estable, una buena posición económica, y el amor de su
mujer, que es incondicional y sin sorpresas; Tenía la inatacable serenidad de los hombres que se sienten en su lugar.
Y es que Hervé es una de esas personas que se limitan a contemplar su propia vida como si fuera ajena, como el
que está viendo llover a través de la ventana, neutral, indiferente ante su
propio destino, sin mayores aspiraciones que el mantener esa monotonía.
Pero si no hubiera pasado nada y la vida de nuestro
protagonista hubiera seguido esa "infeliz" rutina, no habría historia que contar.
Un año, una epidemia acaba con todos los huevos de larvas de
gusano, y se decide que sea Hervé el que emprenda un viaje a Japón para
conseguir larvas libres de la enfermedad. ¿Y en
dónde queda, exactamente, ese tal Japón? -Siempre derecho hacia allá. Hasta el
fin del mundo. Será allí donde, sin que él sea realmente
consciente, conocerá a una mujer que hará que su vida cambie completamente.