Por mí y por todos mis compañeros.
Me falta tiempo, me falta tiempo por todas partes. Tiempo
para estudiar todos los exámenes que se han concentrado en las dos semanas que
nos quedan hasta las evaluaciones. Tiempo para agradecer todas las cosas buenas
que me han pasado en este curso. Tiempo para despedir, tiempo para poder tocar
el verano, aunque sea con las puntas de los dedos.
¿Te acuerdas cuando el tiempo parecía no avanzar a
principios de febrero, o el lunes a primera, o el viernes a última, o cuando el
profesor se retrasaba justo antes del examen? Que inconscientes somos cuando
estamos sujetos a la rutina, no nos damos cuenta de que el tiempo pasa. Y muy
rápido.
No es hasta que me paré a pensar y a hacer inventario cuando
me di cuenta de que, en mi mente, estos cuatro años de instituto parecen una
recopilación de fragmentos de locura y felicidad a cámara rápida. Claro que no ha sido
el musical lleno de fiestas y de apuntes volando por los aires que prometían
las películas de Disney, pero quizás ha
sido mejor. (Por desgracia creo que no
todos saben apreciar lo afortunados que somos de poder ir a clase, algunos lo
ven como un deber y no se dan cuenta de que hay niños en otras partes del mundo
que desearían ocupar el asiento que ellos se limitan a calentar.)
Tengo pilas de abultados cuadernos saturados de tinta y
hojas sueltas, y libros de texto con las esquinas redondeadas de tanto pasar
páginas, y agendas manoseadas y llenas de historias, de deberes, de fechas de
exámenes, de frases de los profesores. Pero
tengo, y esto es lo más importante, muchas de ganas de seguir aprendiendo, de
seguir madurado, de seguir descubriendo, de comerme el mundo. Y eso se lo tengo que
agradecer a todos los profesores que me han dado clase, desde 1º de infantil a
4º de la ESO, y que se han esforzado por inculcarme no sólo sus conocimientos
sino también sus valores , creo les debo parte de lo que ahora soy.
Y gracias también a tres personas con las que, hace poco tiempo, comencé un blog.