lunes, 30 de mayo de 2016

Continuará

Por mí y por todos mis compañeros.

Me falta tiempo, me falta tiempo por todas partes. Tiempo para estudiar todos los exámenes que se han concentrado en las dos semanas que nos quedan hasta las evaluaciones. Tiempo para agradecer todas las cosas buenas que me han pasado en este curso. Tiempo para despedir, tiempo para poder tocar el verano, aunque sea con las puntas de los dedos.

¿Te acuerdas cuando el tiempo parecía no avanzar a principios de febrero, o el lunes a primera, o el viernes a última, o cuando el profesor se retrasaba justo antes del examen? Que inconscientes somos cuando estamos sujetos a la rutina, no nos damos cuenta de que el tiempo pasa. Y muy rápido.

No es hasta que me paré a pensar y a hacer inventario cuando me di cuenta de que, en mi mente, estos cuatro años de instituto parecen una recopilación de fragmentos de locura y felicidad a cámara rápida. Claro que no ha sido el musical lleno de fiestas y de apuntes volando por los aires que prometían las películas de Disney, pero quizás  ha sido mejor.  (Por desgracia creo que no todos saben apreciar lo afortunados que somos de poder ir a clase, algunos lo ven como un deber y no se dan cuenta de que hay niños en otras partes del mundo que desearían ocupar el asiento que ellos se limitan a calentar.)

Tengo pilas de abultados cuadernos saturados de tinta y hojas sueltas, y libros de texto con las esquinas redondeadas de tanto pasar páginas, y agendas manoseadas y llenas de historias, de deberes, de fechas de exámenes, de frases de los profesores.  Pero tengo, y esto es lo más importante, muchas de ganas de seguir aprendiendo, de seguir madurado, de seguir descubriendo,  de comerme el mundo. Y eso se lo tengo que agradecer a todos los profesores que me han dado clase, desde 1º de infantil a 4º de la ESO, y que se han esforzado por inculcarme no sólo sus conocimientos sino también sus valores , creo les debo parte de lo que ahora soy. 

Y gracias también a tres personas con las que, hace poco tiempo, comencé un blog.


                                                                                                                              María Moya

jueves, 26 de mayo de 2016

El Gran Gatsby

¿Y quién es el Gran Gatsby? El dueño de la imponente mansión a la orilla del Hudson que parecía tener luz propia en las noches sin tregua, cuando las fiestas a las que todo el mundo está invitado parecían no tener fin. El misterioso anfitrión sobre el que corren todo tipo de especulaciones y rumores sobre su pasado y su fortuna.

En algunos momentos del libro parece que el autor quiere hacerte ver lo despreciable que es Gatsby. Personalmente, a mí me parece una persona maravillosa, tan compleja y rota, con tantos secretos. Nadie lo conocía y yo creo que ni el propio lector al acabar el libro se puede hacer una idea completa de su personalidad. El motivo por el que hace esas fiestas y lleva ese estilo de vida, el empeño y la determinación con la que intenta vivir persiguiendo sus sueños por muy imposibles que parezcan lo convierten en un personaje único. 

Hay momentos en los que parece que estás leyendo poesía por párrafos. Las descripciones son tan poéticas y a la vez usa un lenguaje en un tono tan  sincero y sencillo que te permite deslizarte entre las páginas sin apenas esfuerzo. Pero el libro es un arma de doble filo. Detrás de las fiestas que parecían no tener fin hay una  crítica al consumismo, al ansia de poder, a la ignorancia, a la hipocresía, a la sociedad americana de los locos años 20, que vivía inconscientemente, en una burbuja de felicidad vacía. 

"Pero su corazón era un constante torbellino. (…) Todas las noches ampliaba el tejido de sus fantasías hasta que el sueño, con su abrazo de olvido, ponía fin a alguna escena llena de color. Durante algún tiempo estos ensueños supusieron un desahogo para su imaginación; eran una prueba satisfactoria de la realidad de lo real, una promesa de que la roca del mundo estaba sólidamente asentada sobre las alas de un hada."

"Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede delante de nosotros Se nos escapa en el momento presente, pero ¡qué importa!; mañana correremos más deprisa, (…) Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado."

Trailer El gran Gatsby ->https://youtu.be/qDzP8AAZjRI

lunes, 9 de mayo de 2016

Plata...

En la obra de Bodas de sangre, la plata es el metal del que están hechas las armas que causan la tragedia en torno a la cual se desarrolla toda la historia, por lo tanto la plata es símbolo de dolor, de pérdida, de sufrimiento. También la plata hace referencia a la Luna, que en la obra es vaticinadora de muerte. La relación entre muerte, metales (plata, estaño, bronce) y la luna es una constante a lo largo de todo el libro.

Plata es el brillo de la Luna, 
mensajera de la muerte. 
Brillo líquido, espeso y metálico, 
frío como un témpano de hielo, 
opresivo, asfixiante, 
que se desliza por las baldías y desiertas colinas, 
se hunde en la tierra, 
se aferra a las viñas y olivos 
y trepa por las ventanas de las casas,
de la cueva, de la iglesia, 
tiñendo de tragedia un lugar del sur de España. 
Se ciñe a la ropa,
se clava en las pupilas,
empañando la visión y los sentimientos.

Síntoma de desgracia, 
presagio de la cercanía de la muerte 
bajo la forma de un cuchillo, de un puñal, 
del filo de una navaja que corta el porvenir y las esperanzas,
y con la que se derrama sangre, lágrimas, el sufrimiento de una vida.
Infalible, inevitable como el sino,
le da forma a la venganza y a la violencia. 
Ansia de sangre, de causar dolor.
Metal precioso como instrumento fatal, 
como expresión tangible de la muerte.

"La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre."