sábado, 14 de noviembre de 2015

Norwegian Wood


A la mañana siguiente seguía lloviendo. A diferencia de la noche anterior, ésta era una lluvia fina de otoño. Se veía que estaba lloviendo por los círculos concéntricos en los charcos y por el gorgoteo de la lluvia que caía de los aleros.
Cuando me desperté, al otro lado de la ventana una niebla blanca como leche lo envolvía todo. Decidimos salir a pasear. Gracias a la lluvia, todos los colores eran vivos y nítidos. La tierra era negrísima; las ramas de los pinos, de un verde brillante; las personas enfundadas en los impermeables amarillos parecían espíritus a los que se les permitía vagar por el mundo en las mañanas de lluvia.

Paseábamos  callados mientras ella me clavaba sus ojos ausentes, y, en el más absoluto silencio, seguía buscando las palabras en el vacío. La miré, pero sus ojos no decían nada. Sus pupilas tenían una transparencia increíble; eran tan claras que parecía que, a través de ellas, uno podría ver el más allá. Por más que miré, no logré ver nada en sus profundidades. Su rostro estaba a treinta centímetros del mío, aunque yo lo sentía a muchos años luz de distancia.

Cuando recuerdo todos aquellos paseos a su lado, pienso en el tiempo perdido y en los sentimientos que jamás volverán.  Me pregunto si en realidad ella me quiso alguna vez, si ella me amó como yo la amé o fue todo una mentira.  En mi corazón se habían acumulado demasiados recuerdos de ella y, en cuanto encontraban una grieta, iban saliendo, uno tras otro, imparables. Fui incapaz de detener esa fuga, al igual que ella fue incapaz de mantenerse a flote, y se hundió deprisa. Nadie pudo impedirlo. Era cuestión de tiempo que algo así le sucediera.         

Desapareció, en lo más profundo de un bosque tan oscuro como su mente.                                 

(Inspirado en la novela Tokio Blues, de Haruki Murakami. Lectura Voluntaria)




sábado, 24 de octubre de 2015

Buscando entre líneas a Alaska

Hace unos días me acabé de leer Buscando a Alaska, de John Green. Una divagación adolescente que puede parecer superficial si la lees por encima, pero en la que subyacen reflexiones y pensamientos muy profundos. Quizás la historia no es genial ni muy absorbente, pero a la larga te conmueve, te emociona y te hace pensar, pensar en preguntas que no tienen respuesta o que la tienen pero es demasiado difícil de asimilar. 
Por ejemplo, te hace pensar en el olvido al que todos estamos condenados, porque  “todo lo que se une se deshace”  y nada puede durar para siempre, ni siquiera la Tierra. Polvo eres y en polvo te convertirás, y esto es así. Algún día nadie nos recordará, porque los recuerdos también se deshacen.  Todo lo que conocemos, incluidos nosotros mismos, caeremos en el olvido irremediablemente.

Otra de las reflexiones a las que el libro hace referencia es la de cómo las personas utilizamos el futuro para escapar del presente, cómo intentamos creer en una vida después de la vida porque no soportamos la idea de que la muerte sea un gran vacío oscuro, donde tus seres queridos no existan, donde tú no existas.

El libro también habla sobre las últimas palabras de personajes históricos; las de Simón Bolívar fueron: “¡Cómo voy a salir de este laberinto!” y las de François Rabelais: “Voy en busca de un Gran Quizá.” La conclusión final del libro es que nacemos en el laberinto de Bolívar y por ende, debemos creer en la esperanza del Gran Quizá de Rabelais. 

domingo, 4 de octubre de 2015

Cualquier tiempo pasado



Hoy he encontrado una foto de cuando era pequeña.  Una de estas fotos descoloridas y con la fecha puesta por detrás con la inconfundible caligrafía de tu madre.Las sonrisas estáticas y los dientes de leche asomando brillantes, los cabellos oscuros, el cielo nítido sin rastro de nubes y la luz implacable en la que se hunde todo, tan claro y tan perfecto. Momentos capturados para siempre, inalterables, instantes congelados en el tiempo a los que nunca podrás regresar. 

Son este tipo de fotos las que invitan a quedarte unos segundo mirándolas, y recordar. Recordar los veranos en los que rompíamos rosas y hacíamos barro, mientras las abejas pilotaban entre los columpios oxidados. La calle era nuestra casa, el mundo nuestro recreo, el escenario perfecto, bastaba con un poco de imaginación y unos amigos que te acompañaran durante la aventura. 

Pero el pretérito no fue tan perfecto como pensamos y el futuro es papel mojado. Llegados a este punto, se puede extraer la conclusión de que lo importante es vivir el presente para que en un futuro puedas sentirte orgulloso de tu pasado. Es el momento perfecto, el idóneo, el mejor momento que puedes elegir para sacar tus miedos a la calle y dejar que se los lleve el viento. Para sonreír y ser feliz. Es el momento de mirar al frente, de fallar, cometer errores y aprender de ellos. De enseñarle al mundo qué significa de verdad esa locura tuya que te hace tan especial.